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sábado, 12 de febrero de 2011

Ricardo III y la Realidad Mexicana de Hoy

En muy escasas ocasiones en mi ciudad de Mexicali se producen obras de teatro que dejan huella en el público. En muchas más escasas oportunidades puede uno disfrutar del teatro isabelino de Shakespeare. Uno de esos raros eventos sucedió el pasado sábado 5 de febrero en el Foro Experimental del Centro Estatal de las Artes (CEART).

Me había llegado un correo electrónico, de esos que uno frecuentemente borra por considerarlos ‘spam’. Me llamó la atención que el CEART utilizara ese medio, tan ruin y poco valorado, para hacernos llegar una invitación para asistir a la obra de “Ricardo III”.

Pero pasado el primer mal sentimiento, abrí el correo y me empapé de los datos principales. Una producción local, con actores locales, fue la buena impresión. Conozco a los actores, aunque no personalmente, sí por constatar su calidad actoral en una serie televisiva existente en Youtube: “La Vida Sin Guión”

Link: http://www.youtube.com/user/planetaonlinetv

Así que ya convencido de mi asistencia fui acompañado de mi amada pareja, a quién tuve que invitar con varios días de anticipación, asegurándole de rodillas y con lágrimas en los ojos que la obra sería muy entretenida, al citado Foro Experimental. Llegamos con más de media hora de anticipación y compramos los boletos en la Recepción del CEART. Luego fuimos a ‘hacer cola’ y, en cuestión de diez minutos escasos, se presentaron personas ya sin boletos y solicitando algún boleto que sobrara para ingresar al Foro. Los boletos se habían agotado.

Contento con nuestra suerte y previsión, ingresamos para instalarnos lo más cercano al foro. Mi pareja quería ver a los actores muy de cerca. Yo también lo quería. Conseguimos asientos en la segunda fila, a escasos tres metros del escenario. ¡Perfecto!

Los minutos pasaron, las actores se concentraban en sus caracterizaciones, y al tercer llamado aquél hombre Felipe Tututi arremetió a la noche, a los oídos de todos, a nuestras mentes contritas y expectantes, aquellas terribles palabras que presagian todo el horror y la tragedia:

“Ahora el invierno de nuestro descontento se vuelve verano con este sol de York; y todas las nubes que se encapotaban sobre nuestra casa están sepultadas en el hondo seno del océano. Ahora nuestras frentes están ceñidas por guirnaldas victoriosas; nuestras melladas armas, e trofeos; nuestras amenazadoras llamadas al arma se han cambiado en alegres reuniones, nuestras temibles músicas de marcha, en danzas deliciosas. La guerra de hosco ceño ha alisado su arrugada frente; y ahora, en vez de cabalgar corceles armados para amedrentar las almas de los miedosos adversarios, hace ágiles cabriolas en el cuarto de una dama a la lasciva invitación de un laúd. Pero yo, que no estoy formado de bromas juguetonas, ni hecho para cortejar a un amoroso espejo; yo, que estoy toscamente acuñado, y carezco de la majestad del amor para pavonearme ante una lasciva ninfa contoneante; yo, que estoy privado de la hermosa proporción, despojado con trampas de la buena presencia por la Naturaleza alevosa; deforme inacabado, enviado antes de tiempo a este mundo que alienta; escasamente hecho a medias, y aun eso, tan tullido y desfigurado que los perros me ladran cuando me paro ante ellos; yo, entonces, en este tiempo de paz, débil y aflautado, no tengo placer con que matar el tiempo, si no es observar mi sombra al sol y entonar variaciones sobre mi propia deformidad. Y por tanto, puesto que no puedo mostrarme amador, para entretenerme en estos días bien hablados, estoy decidido a mostrarme un canalla, y a odiar los ociosos placeres de estos días. He tendido conspiraciones, insinuaciones peligrosas, con ebrias profecías, libelos y sueños, para hacer que mi hermano Clarence y el Rey se tengan un odio mortal el uno al otro: y si el rey Eduardo es tan leal y justo como yo soy sutil, falso y traidor, a estas horas Clarence está estrechamente enjaulado por una profecía que dice que G. será el asesino de los herederos de Eduardo.”

“¡Sumergíos, pensamientos, en mi alma!”

Así se van sucediendo los eventos, van transitando los personajes y mostrando sus fobias, sus metas, sus rencores, sus furias apenas contenidas. Toda esa orquesta de pasiones se van hilvanando por las perversas manos de Ricardo de Gloucester, un malvado con oficio.

Las muertes se van sucediendo una tras otras, algunas oprobiosas que muestran la maldad humana que no tiene límites de decencia o de pertenencia familiar.

Cuando por fin llega la batalla final los discursos nos suenan familiares, las arengas resuenan en nuestras mentes, como un dejá vu ominoso, que nos hacen recapacitar que estos tiempos nuestros son tiempos gloriosos, tiempos para el honor o la perdición.

Richmond nos parece evocar a un gobierno que vemos en la TV o el radio, arremetiendo contra fuerzas que se alzan en contra nuestra. Suenan sus palabras como las escuchadas apenas ayer:

“Bien, entonces es hora de armarse y dar órdenes. Más de lo que he dicho, cariñosos compatriotas, la urgencia y el apremio del tiempo me impiden extenderme: Dios y nuestra buena causa luchan por nuestro bando; las plegarias de los bienaventurados santos y las almas ofendidas, como elevados baluartes, se elevan ante nuestros rostros.”

“Excepto Ricardo, aquellos contra quienes peleamos prefieren que ganemos nosotros en vez de aquel a quien siguen; pues, ¿quién es el que siguen?”

“Verdaderamente, señores, un tirano sanguinario y un homicida; elevado en sangre, y en sangre establecido; que buscó todos los medios para llegar a lo que tiene, y mató a los que fueron medios para ayudarle; una baja piedra sucia, vuelta preciosa por engarzarse en el trono de Inglaterra, donde falsamente está montado; uno que siempre ha sido enemigo de Dios, Dios, en justicia, os guardará como soldados suyos; si sudáis para derribar a un tirano, dormiréis en paz una vez muerto el tirano; si lucháis contra los enemigos de vuestro país, la sustancia de vuestro país pagará la recompensa de vuestros esfuerzos; si lucháis para salvaguardia de vuestras esposas, vuestras esposas os darán en casa la bienvenida como vencedores; si libráis a vuestros hijos de la espada, los hijos de vuestros hijos os lo pagarán en vuestra vejez. Entonces, en nombre de Dios y de todos esos derechos, ¡avanzad vuestros estandartes, sacad vuestras deseosas espadas! Para mí, el rescate de mi osado intento será este cuerpo frío en la fría faz de la tierra; pero si prevalezco, de la ganancia de mi intento tendrá parte el menor de vosotros. ¡Toquen tambores y trompetas, con valentía y ánimo! ¡Dios y San Jorge! ¡Richmond y victoria!”

Luego Ricardo, ya sintiéndose rey y luciendo una corona ensangrentada, increpa a su vez con palabras que también nos suenan conocidas. ¿Será esta la voz de la oposición? ¿Serán los sonidos de un gobierno legítimo que intenta imponerse a la fuerza? ¿Quién es quien?

Ricardo grita:

“¿Qué más diré que lo que ya he expuesto? Recordad con quién os las vais a haber; una especie de vagabundos, bribones, forajidos, la hez de Bretaña, bajos aldeanos lacayunos a quienes vomita su saciado país de aventuras desesperadas y destrucción segura. Dormíais seguros, y ellos os traen inquietud; tenías tierras, y la bendición de hermosas mujeres, y ellos quieren arrebataros las unas y raptaros las otras. ¿Y quién les manda si no un mezquino, mantenido mucho tiempo en Bretaña a costa de nuestra madre, un sopas de leche, que en su vida sintió jamás tanto frío como con zapatos en la nieve?”

“Volvamos a echar a azotes a estos vagabundos al otro lado del mar; arrojemos a latigazos a estos presumidos andrajosos de Francia, estos mendigos muertos de hambre, hartos de la vida que se han ahorcado a ellos mismos sólo por soñar en este hermoso logro, por falta de medios, pobres ratas; si nos han de vencer, que nos venzan hombres y no estos bastardos bretones a quienes nuestros padres vencieron en su propia tierra, y derribaron y golpearon, dejándoles, en las historias, como herederos de la ignominia. ¿Han de disfrutar ésos nuestras tierras? ¿Han de acostarse con nuestras mujeres y violar a nuestras hijas? ¡Escuchad! Oigo su tambor. ¡Luchad, caballeros de Inglaterra! ¡Luchad, atrevidos soldados! ¡Tirad, arqueros, tirad vuestras flechas a la cabeza! ¡Espolead fuerte vuestros orgullosos caballos, y cabalgas en sangre; asombrad al cielo con la rotura de vuestras lanzas!”

Pero el destino enfrenta a ambos contendientes en un terreno lleno de sangre, lamentos y destinos cortados por la espada. Pero uno es el que grita ya entre la cobardía o el intento de tomar un segundo aire que no llega. La desesperación, ya sea por aquél o este motivo, se le nota también en el cuerpo contrahecho y vilipendiado a lo largo de tantos años de esfuerzos en vano.

“¡Un caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!”

Pero la muerte llega en su lugar. No hay un respiro reparador sino una exhalación final, cortada por la espada de Richmond.

La batalla termina.

Las banderas ondean y los sobrevivientes se agrupan.

Las palabras finales aun permiten ver que la tarea no está terminada, pero es un comienzo. Todos deben cooperar. Con esas palabras termina la obra y los aplausos del público sustituyen las líneas aprendidas con tanto esfuerzo. Es el reconocimiento de un esfuerzo digno:

“Enterrad sus cadáveres como corresponde a sus prosapias: proclamad un perdón para los soldados huidos que vuelvan con nosotros con sumisión, y luego, como hemos jurado sacramentalmente, uniremos la rosa blanca con la rosa roja. ¡Sonría el cielo sobre esta bella unión, después que tanto tiempo ha fruncido el ceño sobre su enemistad! ¿Qué traidor me oye sin decir amén? Inglaterra ha estado mucho tiempo loca, hiriéndose a sí misma: los hermanos vertían ciegamente la sangre de sus hermanos, los padres, ataban coléricamente a sus propios hijos; el hijo, obligado, era matarife de su padre.”

“Todo esto desunía a York y Lancaster, separadas en horrenda discordia. ¡Oh, ahora Richmond e Isabel, legítimos sucesores de ambas casa reales, se unan por hermosa ordenación de Dios! ¡Y que sus herederos -si así lo quieres, Dios enriquezca el porvenir con la paz de liso rostro, con sonriente abundancia y bellos días de prosperidad! ¡Derriba el filo de los traidores, generoso Señor, que quieran reproducir otra vez esos días sangrientos, haciendo llorar a la pobre Inglaterra en ríos de sangre! ¡No les dejes vivir para probar la prosperidad de este bello país! Ahora las heridas civiles están cerradas, y la paz vuelve a vivir para que viva aquí mucho tiempo, Señor, ¡di amén!”

Ojala que nuestro México pueda hallar un final así de dramático y fraternal. Que las heridas sanen. Que los guerreros regresen sin resentimientos a sus hogares, a sus esposas, a sus hijos. Que los rencores se sustituyan con sentimientos constructivos, de tolerancia, de unión.

Finalizo con los comentarios expresados por el director de la obra, a quien se le tributó también con un fuerte aplauso al final de la representación:

"Me encuentro entusiasmadísimo con la adaptación de Ricardo Ill. Lo que he visto hasta ahora se centra en la figura de Ricardo y descuida el resto. Creo que en ese "resto" se dimensiona Ricardo. La fascinación -muy justificada, por cierto- por la maldad pura del rey Ricardo reduce las dimensiones reales de la obra. Al escudriñar en los otros personajes, he puesto el ojo en la esencia de Ricardo pues al salir de él, ahondo en él. Es cierto: es un criminal narcisista. Pero su veta criminal y su narcisismo se vuelven contagiosos. Lo que me interesa es ver como la sociedad toda se degrada bajo el manto del tirano. El crimen desde el poder como enfermedad contagiosa. Bajo ese manto florecen (no es la mejor palabra) el resentimiento, la sed de venganza, la traición, el egoísmo... Ahí donde los otros adaptadores casi desaparecen a la reina Margarita, por ejemplo, la traigo a primer plano. En ella se decanta la abyecta moral con la que Ricardo contagia a todo el reino. Si estuviera en sus manos, mandaría matar a todos sus enemigos -reales y supuestos- con más saña que aquella con la cual Ricardo elimina a sus adversarios. Y luego se habilita como maestra (otra forma de contagiar) en el arte de maldecir. Toda la obra es el cumplimiento toral de las maldiciones que Margarita lanza: el asesinato masivo como presentimiento inducido. Con esa extraña forma de decirlo, no hago sino decir que el público debe deducir la trama y asistir a la verificación del desastre con asombro preconcebido y a pesar de ello con sorpresa, pues debemos anidar en él (en el público) la esperanza de que el horror no se cumpla. Sin embargo, se cumple. Con ese desasosiego debe abandonar el teatro. Y con la certeza de que lo que acaba de ver no está lejos de lo que sucede en su país. Las mismas cabezas metidas en un costal como ofrenda en el altar de la venganza: Michoacán, Chihuahua, Durango, Sinaloa,…”

“El tiempo ha alejado a la obra de cualquier dimensión cristiana -si es que la tuvo alguna vez-, donde el sufrimiento es el camino de la redención. Aquí no, aquí el sufrimiento es el acicate para la venganza y la venganza nos redime y nos "purifica" así sea por la vía del infierno. ¿No dice acaso Ricardo "si no hemos de tocar el cielo de la victoria, vayamos juntos de la mano a hundimos en el centro del infierno"? Eso, después de anteponer la espada al derecho y a la justicia. Aquí nadie pone la otra mejilla, sino al contrario, todos esperan el tiempo propicio, en medio de la paranoia, para cortar cabezas y poder así resoplar con estrépito la fiebre de la enfermedad. Y ese aquí del que hablo, es el aquí de este de horror que está inaugurando el siglo XXI, pero también el "aquí" del tiempo isabelino. La enfermedad, el contagio del mal desde el poder no es nuevo, pero a veces tenemos la ilusión de que hemos sanado. Son etapas en las cuales el virus se esconde para mejor rebrotar.” (Ángel Norzagaray)

Ficha Técnica:

Obra: Ricardo III de William Shakespeare

Lugar: Foro Experimental del Centro Estatal de las Artes
Mexicali, B. C.

(Elenco por orden de aparición)

Felipe Tututi ............................... Ricardo III
Andrés García ........................... Clarence, Rey Eduardo, Stanley
Miguel García ............................ Hastings, Tyrrel, Mensajero, Celador
Alejandra Rioseco ..................... Lady Ana
Terezina Vital .............................. Reina Isabel
Ricardo Gomez .......................... Buckingham, Blaunt
Hector Zavala ............................. Grey, Rivers. Mensajero, Soldado, Sacerdote
Norma Bustamante .................... Reina Margarita
Vaneza Nuño .............................. Duquesa
Pedro González .......................... Lord Corregidor
José Velarde ............................... Príncipe, Soldado, Sacerdote, Mensajero
Ángel Norzagaray Rioseco ........ York
José Manuel Castaños Chima ... Richmond

Adaptación, diseño de escenografía e iluminación:
Ángel Norzagaray

Producción ejecutiva:
Felipe Tututi

Asistente de producción:
Ricardo Villalobos

Realización de iluminación:
Miguel Ángel Ramírez

Realización escenográfica:
Andrés García y Pedro González

Diseño y realización de vestuario:
Héctor Zavala

Utilería:
Felipe Tututi, Eduardo Kintero y Jesús Quintero

Dirección:
Ángel Norzagaray


Les envío un saludo a todos,
Zorro Filoso